Al igual que muchas personas que perdieron su empleo o debieron repensar la forma en que generarían ingresos para sus hogares, los abuelitos heladeros, como se les conoce a quienes vendían paletas de sabores y helados cremosos en zonas céntricas de la capital, guardaron sus carretas en un almacén, debido a que son un grupo de población vulnerable a padecer serias complicaciones de salud si se infectan de coronavirus.
La venta de sorbetes, a su edad, podría ser la única forma de ganarse la vida para los 17 abuelitos. La mayoría de estos heladeros migró a la capital cuando eran pequeños, con sus familias. desde Chimaltenango, Quetzaltenango y Escuintla.
De entre 50 y 83 años, muchos padecen sordera y enfermedades crónicas que se trataron con medicamentos a lo largo de su vida. Algunos no saben leer ni escribir. La mayoría ha trabajado desde muy joven en el negocio de los helados, con el que aprendieron a leer, escribir y a emplear operaciones básicas de matemáticas.